
Una poderosa energía celeste
siguióle con los ojos en silencio
y lloró al entrar en sus pensamientos.
De espaldas la vida,
destrozó su soñar.
Y frente a la muerte,
le postró de rodillas.
La pureza del aire hería su mirada
mientras las horas se resbalaban,
pudo oír al tiempo pasar
llevándose tan lejos al amado,
que solo muriendo lo alcanzaría.
Como una tregua melancólica
el sol en lo más alto
templó su desangelado corazón.
Vagó desiertos perdidos
sin hallar asidero ninguno.
Se quedó mirando fijo al cielo,
por un largo rato,
como si ese azul pudiese obrar el milagro
de retornar esa vida segada.
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